Nos mudábamos de estudio y Carlos se
deshizo de muchos cuadros y esculturas que ya no le gustaban. Según me dijo, eran un lastre.
Llegué
tarde al taller, a eso de las once, y Carlos tronzaba los cuadros, vueltos del
revés, a
patadas en el bastidor. Supuse que le resultaba menos doloroso que los cuadros
estuvieran apoyados de cara a la pared, sin mirarle. Aunque tampoco vi que
sufriese demasiado en la tarea. En realidad, parecía disfrutar. Contradicciones
de artista, como suele decirse. O simple disfunción, como la de cualquier otro.
El caso es que pude rescatar la pieza central de un tríptico titulado "Final de
copa". Los elementos laterales yacían desgarrados y astillados a un lado. No puedo describir
la resolución técnica de la pintura, su brillo,
transparencias o texturas (para esto habría que observarlo y tocarlo "en directo"), pero sí su narrativa. El elemento
central, el que conservo y disfruto en mi piso, representa una gran copa sobre
la que flota una gamba ingrávida. Mide 200 x 130. Cada uno de los paneles laterales,
200 x 70, aproximadamente. Si no recuerdo mal, en cada uno de ellos había una gamba orlada de rosas
azules. Una de las gambas miraba a la derecha y la otra a la izquierda,
buscando la simetría de la composición. Unos años antes, Manolo Escobar, que además de folclórico era coleccionista de
arte, quiso comprar el cuadro. Pero, qué curioso, sólo le interesaba la pieza del centro. Carlos, como es lógico, le dijo que se trataba
de un cuadro uno y trino, como la
Santísima,
y que de ninguna de las maneras iba a desmembrar su obra. ¡Ni por todo el oro del mundo! ¡Faltaría más! ¡Un poco de respeto, hombre!
Y esta es
la historia de cómo
Manolo Escobar no pudo comprar un pedazo de cuadro, de cómo Carlos perdió con dignidad algo de dinero y
de cómo
parte del óleo
titulado "Final de copa" acabó colgado (y admirado) en una pared de mi piso.
Manolo
Escobar (1931-2013) DEP (aunque yo era más de Lou Reed).
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