sábado, 29 de diciembre de 2012

Cuento de navidad

De ocho a nueve me he dado un paseíllo con Mago, el efusivo perromierda. Escucho la radio y constato que el gobierno, en un alarde de prodigalidad democrática, tiene cabreada a toda la ciudadanía, desde los sexadores de agapornis hasta los notarios de primera. También me entretengo con la lectura de algunos grafitis con mensaje que embellecen las paredes a la par que conciencian a los vecinos del barrio: "Saúl mongolo", "Vero tiene polla" o "Aviso grúa". Además, compruebo que Papa Noel no se ha enterado de la crisis a juzgar por la de cajas de cartón que vomitan los contenedores de basura. Y,  mientras echo cuentas de lo gastado en almendras garrapiñadas y botellón, me sobreviene un pellizquito en el estómago que sube en espiral hasta mi cogote. Es como el estallido leve de un petazeta, el crujido de un caracol pisoteado, la explosión mínima de un petardo chino, el quebranto de un huesecillo de gorrión, el brillo hipertenso de una bombilla antes de fundirse.

Agosto. Hay instantes muy breves en los que uno parece ser feliz. Se escucha de fondo  "One drop" de Robert Nesta Marley. Aquella tarde fregaba los platos y el café hervía en el fuego. Detrás de la verja de la ventana miraba el último jardín irreductible: el naranjo, la yuca, los cactus, el bambú, la palmera centenaria, las enredaderas, el laurel, la albahaca, la yerbabuena, los geranios... Huele a café, jabón de Marsella, pinzas de tender y tierra. De pronto, la brisa empuja en un bucle imposible las burbujas iridiscentes del Mistol y el vaho aromático del cafe. Las pompas y el aroma del café giran a mi alrededor con la cadencia del reggae antes de salir disparados por la ventana y estallar y disiparse en el jardín.

Soy feliz en navidad cuando recuerdo el verano.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Perfectos e imperfectos

Los guionistas saben que los arquetipos funcionan: el bueno, el malo, la chica, el amigo negro del bueno que muere el día que ha de jubilarse.  La cosa no funciona exactamente así en lo que se ha dado en llamar "vida real". Pero se aproxima.
Todos somos "polipolares", quiero decir, que tenemos muchas caras. Pero, del mismo modo que hubo un tiempo en el que diferencié a los seres humanos entre personas y vecinos, ahora los distingo entre quienes creen ser perfectos -o quieren serlo- y quienes nos sabemos imperfectos, a Dios gracias. O, lo que es lo mismo y en términos arquetípicos, cretinos y no tan cretinos. La diferencia fundamental entre unos y otros reside en que los primeros no soportan a los segundos y en que los segundos, aun no soportando a los primeros, disimulan. Esto es, los que creen ser perfectos pretenden que todos lo seamos, mientras que quienes sabemos que no lo somos, además de no dejarnos, comprendemos sus manías, aunque resulten odiosas.
A efectos prácticos y siempre estereotipados -por aquello de reconocernos- podríamos pergeñar un listado de diferencias entre ambos:

- Los perfectos son dogmáticos. Los imperfectos relativizan.
- Los perfectos visten. Los imperfectos se tapan.
- Los perfectos exigen. Los imperfectos comprenden.
- Los perfectos no quieren tocar fondo. Los imperfectos caen borrachos en las aceras.
- Los perfectos sobrevuelan. Los imperfectos bucean.
- Los perfectos comen. Los imperfectos cocinan.
- Los perfectos trabajan. Los imperfectos quieren vivir.
- Los perfectos no contemplan morir. Los imperfectos no piensan en otra cosa.
- Los perfectos producen. Los imperfectos crean.
- Los perfectos desean. Los imperfectos desean y aman.
- Los perfectos quieren el orden. Los imperfectos saben del caos.
- Los perfectos son listos. Los imperfectos, no.
- Los perfectos amenazan con ser sinceros. Los imperfectos soportan sus groserías.
- Los perfectos juegan con el equipo ganador. Los imperfectos juegan con el del barrio.
- Los perfectos cuentan chistes. Los imperfectos encuentran ironía, sarcasmo y cinismo.
- Los perfectos quieren ser adulados. Los imperfectos quieren ser queridos.
- Los perfectos tienen mascotas. Los imperfectos crían animales.
- Los perfectos son atrevidos. Los imperfectos temen cagarla.
- Los perfectos ven códigos binarios. Los imperfectos, el infinito (Romero dixit).
- Los perfectos quieren estar guapos. Los imperfectos son eróticos.
- Los perfectos prefieren lo nuevo. Los imperfectos, lo gastado.
- Los perfectos se relacionan. Los imperfectos conviven.
- Los perfectos hacen deporte. Los imperfectos empezarán un día de estos.
- Los perfectos creen mover el mundo. Los imperfectos lo dejan al azar.
- Los perfectos conocen tres cositas. Los imperfectos conocen y saben que saben tres cositas.
- Los perfectos dan por hecho. Los imperfectos son curiosos.
- Los perfectos son soberbios. Los imperfectos aprenden.
- Los perfectos tienen memoria. Los imperfectos, recuerdos (Vargas dixit).
- Los perfectos son útiles. Los imperfectos enseñan.
- Los perfectos subirán al cielo. Los imperfectos abonarán el suelo.
- Los perfectos tienen hijos imperfectos. Los imperfectos, también.
- Los perfectos dibujan una columna perfecta en este texto. Los imperfectos no encajan después del punto y seguido.

Y seguiría hasta aburrirme.

Ya me he aburrido.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Mindundi

A W por inspirarme.
A Pancracio Celdrán y a Ricki López por su inestimable ayuda.
Al ctrl.+B.

Le dije, “W, eres un mindundi”. Y W me preguntó, “¿Qué es un mindundi? Le contesté, “Un mindundi es un donnadie, poca cosa, cagapoquito, chisgarabís, mequetrefe, botarate, pinchaúvas, mierdecilla, mierda seca, cap de suro, picha fría, poc suc, sang d’orxata, faba, atontolinao, tontolaba, atontao, sin sal, soso, sosaina, esaborío, chiquilicuatro, bleda, bleda bollida, lelo, alelao, bobo, sandio, badulaque, gaznápiro, tardo, ceporro, panoli, pasmado, pasmarote, empanado, zote, zoquete, obtuso, blando, blandengue, tonto de baba, bobo de Coria, pocarropa, pobre diablo, necio, inepto, incapaz, torpe, mentecato, estólido, estulto, tonto de capirote, samarugo, memo, corto, fatuo, burro, borrico, majadero, melón, pendejo, alcornoque, bodoque, dundo, pavitonto, tuercebotas, limitado, lerdo, tocho, mendrugo, gilí, menguado, piltrafilla, tolondro, zopenco, zurumbático, sinsustancia, ignorante, marmolillo, sansirolé, zambombo, mastuerzo, pollino, asno, estúpido, cortito, zorrocotronco, ciruelo, mameluco, tarugo, soleche, mamacallos, bolonio, papanatas, palurdo, cacho bolo, zompo, palomo, pepino, camueso, cenutrio, zanguango, cabestro, acémila, pardal, abrazafarolas, sonso, apardalao, tararot, borinot, merluzo, besugo, cateto, bobales, cretino, matao, tolai, moniato, carabasa, zonzo, cualquiera, abundio, brozno, pichote, desgraciado, lechón, cebollino, calamidad, mangurrino, abotargado, tarambana, berza, berzotas, carapapa, rústico, pringao, escoria, pagafantas, peinaovejas, sonajas, ablandabrevas, cantamañanas, bobalicón, robaperas, cascavalero, chalado, polichinelas, bacín, papatoste, cirigallo, fantoche, títere, vaina, caga la olla, papamoscas, farfolla, pelagatos, cagarruta, esperpento, viruta, lento, cazurro, pusilánime, arracacho, zamacuco, carajote, carajotao, mamarracho, troglodita, berenjena, ceporro, papafrita, cansa almas, analfabestia, abejarrucote, chanflón, espantajo, cerril, romo, bausán, zamarrazo, figurón, atropella platos, engaña baldosas, destiñe rubias, batueco, garabato, dompedro, inútil, cagabandurrias, enrredabailes, chapucero, bodrio, patoso, boludo, piernas, guiñapo, animal de bellota, petate, espantapájaros, gurdo, bestia, alcachofo, pelotudo, monigote de feria, gandumbas, apachusco, caraculo, elemento, pelao, bruto, arrabalero, pinchabombillas, cerrojo, cachivache, churriburri, gilipuertas, chusco, burdo, pamplina, chicha ni llimoná, babieca, chafallón, patán, estafermo, carajo a la vela, mostrenco, percebe, descerebrado, canijo, guarripato, agapimú, pelele, tronchamonas, mamporrero, ganso, panarra, botarga, gañán, calenturas, tocapelotas, bandarra, pellejo, asaúra, rudo, paparote, desastre, beocio, cansino, inculto, burdo, pardillo, chorra, tonto del culo, huevón, mamento, birria, dondiego, marioneta, pegote, boquerón, estorbo, petardo, huevón, lechuzo, primaveras, longui, trasto, mazacote, pantomimo, destripaterrones, pánfilo, tosco, fuñique, gagá, simplón, basto, energúmeno, gurrumino, chocho, quidam, ramplón, personajillo, capullo, mascachapas, cipote, hazmerreír, grosero, chingaflautas, cero a la izquierda, mangarranas, mandria, pichiruche, chabacano, melindro, borrego, plimo, iluso, cabeza de chorlito, mangorrero,  cernícalo, margarito, modorro, pelacañas, plasta, pimpollo, chirrichote, patata, culotrapo, bandarria, corto, cafre, mondongo, metepatas, lila, borrico, jumento, chafandino, ridículo, despojo, residuo, zascandil, caracandao, badajuelo, inoperante, zafio, maleducao, lilipendo, cara cartón, chupacharcos, bultuntún, torrija, chirimbaina, atorrijao, hacino, tontucio, pintamonas, cuadrúpedo y un pollafloja”.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Soledad

Me gusta estar solo. He pasado mucho tiempo solo, sin compañía, pintando, leyendo, de paseo o, simplemente, mirando al techo. Me encanta estar solo. Sin embargo, ya no puedo. Hace ya muchos años que por circunstancias familiares o de trabajo vivo rodeado de gente. No me quejo, puesto que se trata de una situación elegida y, a menudo, satisfactoria y enriquecedora. Nuestro piso es pequeño y vivimos en él cuatro personas y Mago, el afable perromierda. En la escuela donde trabajo rondamos los ciento ochenta, entre alumnos, profesores e indispensables. Ya nunca estoy solo. Y lo echo de menos.
En mis primeras notas del parvulario, del que conservo un vívido recuerdo, la profesora anotó: " Es muy introvertido. Cuando se le reprende, llora, pero se le pasa pronto". Lo de la introversión lo he superado por necesidad, aunque ahí queda, larvada. Pero ahora, cuando lloro, no se me pasa enseguida.
Ahora que el tiempo me empuja a empellones hacia la senectud, sueño con una retirada feliz, a lo Cèline. Me gustaría encerrarme en mi casa, en Altea, y no ver a nadie. Encargar los libros, los discos, las películas, la comida y las medicinas por internet. Si acaso, acercarme al mar por la noche, cuando nadie pueda asustarse de mis greñas apelmazadas, mis uñas negras y afiladas, mis dientes careados y mi ropa del trapero.
Aunque, como no soy desagradecido, os permitiría a vosotros tres visitarme con contraseña, siempre y cuando os apetezca, y no os importe arañaros con la chatarra ni soportar el hedor de los orines de mis gatos (que no son animales de compañía) y de los míos propios.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Lo juro por Dios

Anteayer asistí a uno de los espectáculos más repugnantes de los que he sido testigo. Regresaba a casa en el autobús después de un día de mierda. Mediada la Avenida del Puerto subió un grupo de niños, entre los diez y los doce años aproximadamente, acompañados por un joven en chandal y un curita de clerygman. Los niños venían de jugar al fútbol, con pantalón corto de deporte y una camiseta en la que se leía el lema "Jornada Internacional de la Familia, Valencia 2006", adornado por un dibujito postconciliar. Algunos niños y el jovenzuelo, posiblemente el entrenador del equipo, se quedaron de pie en el centro del autobús. El curita y un par de niños se vinieron hasta la parte trasera, cerca de mí. Los niños se sentaron y el curita permaneció de pie, agarrado a la barra de un modo extraño, agachándose hacia uno de sus pupilos, demasiado próximo, pensé, a él. El curita no tendría más de treinta años. Era un tipín delgado, imberbe, de tez cerúlea pero, paradójicamente, con los pómulos rosados, el pelo rizado y bien cortado y con unas gafas de montura dorada muy pasadas de moda. Entonces comenzó el interrogatorio a un ritmo vertiginoso. Era imposible no escucharlo. El curita hubiera sido un pasma estupendo.

- He leído una noticia sobre tu padre en internet, se llama Carbonell, como tú. Su nombre empieza por r, ahora no me acuerdo, ¿Raimundo, Roque, Ramón?

- No. Es Ricardo.

- Eso. Ricardo. Ricardo Carbonell. Y es catedrático en Navarra. ¿Por qué está en Navarra? ¿No vive con tu madre?

- No. Sí. Quiero decir, trabaja en la universidad y viene los fines de semana.

- Ah. Entiendo, entiendo. Y a tu padre ¿no le gustaría dar una charla en el cole?

- No, no creo. Además, yo no voy a vuestro cole. Seguro que no.

- ¿Y eso?

- Es que mi padre pasa de esas cosas y viene a descansar.

- Bueno, ¿y si intento convencerle? Podría llamarle por teléfono, o mejor, ir a vuestra casa. Mañana es sábado. ¿Qué te parece?

- No, de verdad, es que a mi padre no le gustan estas cosas.

- Pero bueno, yo podría hablar con él, ¿no te parece? Si me das vuestro teléfono... O, mejor, dime dónde vives y me acerco mañana, ¿vale?

A estas alturas se me llevaban los demonios. Estaba estupefacto. No sabía qué hacer. Mis pensamientos oscilaban entre la hostia en la puta boca del puto cura, la violación rectal con bate a contrastilla (aun a riesgo de que le gustase) o la combustión inquisitorial y pública en la Plaza del Rosario.

- Porque tú vives cerca de la calle de la Reina ¿verdad? Siempre te bajas allí.

- Bueno, sí. Vivo en la calle Barraca.

- Claro, ¿en qué número?
- En el cuarenta y uno.

- Ajá. Y tu padre, ¿ganará dinerito, verdad? Los catedráticos, quieras que no, ganan un dinerito.

- No sé.

- Pues así quedamos. Me paso mañana a eso de las diez.

En realidad, el interrogatorio fue mucho más feroz de lo que reproduzco. Apenas duró tres minutos, pero no cabía duda de que estaba ensayado. Para el imberbe de los ricitos no era la primera vez. Estaba bien entrenado. Marcaba el ritmo con una cadencia vertiginosa aprendida en la secta católica.
Entonces llegó mi parada y me bajé jodido. El asunto me pescó cansado, sin reflejos ni capacidad de reacción. Dormí mal, como siempre, pero esta esta vez entretuve mis vigilias en torturas atroces: podas testiculares, garrote vil apretado al alzacuellos, felaciones negras con venas, verduguillo en la cerviz y amplia variedad de modos de utilizar el bisturí cuando un cagarruta cuelga boca abajo atado de los tobillos. Y, "quieras que no", aprendí de nuevo que la tolerancia y la bondad han de ser peleadas, porque, a veces, no hay quien controle la ira.

lunes, 29 de octubre de 2012

Haré balance



No es bueno hacer balance de tu vida, porque da la impresión de que te pones nota y que sólo te queda una última convocatoria para superarla. Pero ayer un buen amigo me recordó una anécdota que yo había olvidado, y este recuerdo llevó a otros y finalmente concluí que no he tenido una mala vida, al menos hasta el momento.
Para que conste, transcribo a continuación los momentos estelares de mi vida.

MOMENTOS ESTELARES DE MI VIDA

0 años: Nací de madrugada.

Alrededor de los 9 años: Luis Sánchez Polack "Tip" me habló en el casal de la falla. Tip me dijo: "¿Me traes un whisky, caballerete?" Yo no era consciente de que este acontecimiento era comparable a la hebra que pegó Moises con la Zarza Ardiente. No es que yo quiera compararme con Moises (él sólo escribió diez líneas al dictado), pero Tip era Dios. Curiosamente, la expresión "caballerete" la utilizó pasados los años mi primer casero para amenazarme cuando me retrasaba con el pago del alquiler. Aporreaba la puerta y gritaba "¡Abra, abra! ¡Sé que está ahí! ¡Le he visto entrar!" Mi casero era guardia forestal de bicicleta, canana y escopeta de un cañón. Me espiaba con sus binoculares desde la azotea del edificio de enfrente, donde vivía. "¡Abra!" -gritaba- "¡Abra de una vez!" Y yo, detrás de la puerta, me hacía el muerto. Al cabo de un largo rato el pobre hombre se daba por vencido  y entonces, mientras yo aguantaba la respiración, me pasaba una notita escrita sobre el recibo de cobro que decía más o menos: "Caballerete, esto no es camino. Se deben los meses de junio, julio y agosto. Mi paciencia tiene un límite. Firmado: El dueño del piso José (rúbrica ampulosa)". 

15 años: En Cádiz, en casa de mi tío Gaspar y mi tía Charo, viendo la final del mundial de Argentina junto a mi primo. El partido entre Argentina y Holanda ha terminado con empate a uno. Nos vamos a la prórroga. Estamos con Argentina, me imagino que por lo del idioma y porque Mario Alberto Kempes juega en el Valencia. Además, me ha emocionado la lluvia de confeti que el público ha lanzado desde las gradas. Un espectáculo precioso que yo no había visto nunca y que pinta de blanco el césped del estadio. Argentina ha de ganar para que esta afición sea feliz. Se lo han currado.
Comienza el tiempo añadido y mi primo y yo sentimos la tensión. Estamos nerviosos. Pocos minutos después, Kempes anota el gol que adelanta a su selección, un gol muy de su estilo, entre técnico y de rebote afortunado en la espinilla. Mi primo y yo nos abrazamos exaltados, brazos y puños en alto, al grito de "¡no diga Kempes, diga gol!" Y es entonces cuando me sobreviene el tremendo retortijón aerostático. No entiendo todavía muy bien por qué. No habíamos comido nada especialmente flatulento. Pero enseguida comprendo que este no es un pedete cualquiera. De manera que relajo los anillos del esfínter y dejo caer un gas de reverberación aguda, de castrati, por aquello de festejar el gol argentino. El siguiente mantiene el timbre soprano. El tercero, tenor. Un cuarto y un quinto, que no son nada malos. Y así hasta veintiuno. ¡Veintiuno! ¡El no va más! Mi primo, notario ocasional, hace cuenta y jalea la hazaña. Daniel Bertoni anota el tres a uno y Argentina gana el mundial.

Sobre los 20 años: Rubén Blades bajó del taxi. Vestía de negro y estaba muy delgado. Escondía las manos en los bolsillos y agachaba la cabeza. Entró en el bar y pidió una cerveza. Me senté a su lado, quebrantando mis reticencias hacia la mitomanía y el acoso, y le dije: "Hola, he bailado mucho en tu concierto". Rubén sonrió y me dio las gracias.

Veintitantos años, casi treinta: Un amigo de mi padre dirige el Museo del Prado. De vez en cuando me acerco a Madrid a visitar el museo, no más de diez o doce cuadros en cada visita, porque mi coco no da para demasiada información y me lo tomo con calma. Mi padre insiste en que llame a su amigo, "es como si fuera tu tío", me dice. Y es cierto. He pasado buena parte de mis eternos veranos de infancia en su casa del pueblo, jugando al fútbol con sus hijos, ayudando a la tía a pintar arabescos con la regadera en el pasillo de tierra, cazando escorpiones o amodorrado bajo la sombra de la higuera del patio. Así que llego a la capital, me instalo en el hostal y llamo a mi tío no sanguíneo. La familia está cenando. Aún así se alegra de hablar conmigo y me invita a comer mañana en su casa. A mediodía me plantó en el piso de los padres de mis primos. He comprado un helecho, que siempre es un regalo socorrido. Comemos a gusto y a los postres mi tío me propone que me acerque al Prado a eso de las siete, a la hora del cierre, y que me quede dando vueltas por los pasillos mientras él acaba con sus cosas. Lo que me ofrece es pasear por el museo a solateras, vigilado de lejos por los guardias que terminan su turno y por las cámaras de seguridad. Yo, la verdad, es que no acabo de entender hasta qué punto me mima la vida. Muchas gracias por todo. Nos vemos a las siete.
De regreso al hostal, con la barriga ansiando un digestivo y la cabeza una siesta, me siento en la terraza de un bar y pido un orujo blanco frío. Como no soy gallego, me lo bebo a sorbitos, y traguito a traguito entiendo quien soy. Iré al museo a las cinco, haré cola, entraré gratis porque soy español y me pelearé con los japoneses por unos segundos ante "Las Meninas". No quiero aceptar ningún privilegio. ¿Acaso no soy rojo?

Han pasado quince años. Mi tío no sanguíneo dirige ahora la Academia de España en Roma. Abusando de su hospitalidad, viajamos a Roma. Me da una pereza que te mueres, pero mi mujer y mis amigos se empeñan en que vea "en directo" todas esas pinturas y aquellos pedruscos que tanto me entusiasman en foto. Venzo el pánico racional al avión, la claustrofobia al metro y la aversión hacia sus usuarios, y nos apeamos en Estación Termini. De ahí, un taxi nos deja en la Academia de España en Roma. Del taxi bajamos mi amiga María Amor, mi amigo Fernando, Ana y yo. Llueve a mares. Mi tía no sanguínea nos recibe con un paraguas. No cabemos los cinco bajo el paraguas, pero estamos a dos pasos de entrar en la Academia. Entonces, bajo la  tormenta, le pregunto a mi tía: " Oye, ¿Queda muy lejos el Tempietto de San Pietro in Montorio del Bramante?" Y mi tía señala por detrás de mi oreja izquierda. Está ahí al lado, detrás de la cortina de lluvia.
He soñado con el Tempietto a menudo. Es uno de mis sueños recurrentes, junto al del buceo cristalino sobre la chatarra, el del paraíso bajo una parra y el del hogar acogedor en el túnel de las grandes vías. El Tempietto está en un patio interior de la Academia. Un portón de hierro impide el acceso al patio. El portón sólo se abre los días de visita, uno a la semana. Mi tía nos acompaña a las habitaciones. La nuestra es muy sobria, pero bonita. Una cama de matrimonio, dos mesitas de noche, un armario destartalado, una mesa de escritorio y una silla. Es una habitación de estudiante. Hay una gran ventana que se abre a un jardín precioso, lleno de macetas con flores y buganvillas de diferentes colores trepando por los muros. Incrustada en uno de los muros, la cabeza de un león de mármol vomita un breve chorro de agua desde sus fauces abiertas. Hoy llueve y no lo percibo, pero el murmullo de esta fuente acompañará de fondo mis siestas y mis sueños romanos. Es junto a la ventana donde veo dos días después el fantasma a contraluz de una niña rubia con tirabuzones. Estoy en el duermevela de la siesta, abro un ojo y ahí esta la niña que me sonríe. Yo, lejos de asustarme, le devuelvo la sonrisa y me duermo.
Comemos risotto con mis tíos. El risotto es arroz mal cocinado. Afortunadamente, la conversación, animada por el vino y el limoncello postrero, palia con creces el desaguisado. Le pregunto a mi tío qué día de la semana se puede visitar el Tempietto. Se levanta de la mesa y regresa pocos minutos después con un llavero con dos llaves. Una es la de una puertecita lateral que da acceso al patio; la otra es la llave del Tempietto. ¡Tengo la llave del Tempietto de San Pietro in Montorio del Bramante! Apuro el limoncello y cago leches hacia el Templete. ¡No puedo creerlo! Acaricio las columnas que, a buen seguro, acariciaron las manos de Bramante. Doy vueltas y vueltas alrededor del Templete. Lo miro de arriba abajo, desde todos los puntos de vista posibles. Me extasío en su interior. Descanso en la pequeña escalinata y desde ahí contemplo la horda de turistas que, como zombies hambrientos, se aplastan contra el portón. Y sonrío feliz, porque sigo siendo rojo, pero no gilipollas.

Hoy: He cocinado un pollo al curry con setas cuyas sobras provocan en el tránsito intestinal de mi perro el mismo efecto que un gol de Kempes.

martes, 9 de octubre de 2012

Elogio del nihilismo

Durante unos años fui vago. Dibujaba, pintaba, construía objetos, leía, escuchaba música, veía películas y visitaba museos y exposiciones. Estas actividades no suponían un gasto exagerado, pero tampoco reportaban beneficio monetario alguno. Vivía con el dinero de mis padres. Por aquel entonces leí una larga conversación que el escritor Pierre Cabanne mantuvo con Marcel Duchamp en 1966. Duchamp iba a cumplir ochenta años. A lo largo de la entrevista, Duchamp abominaba del arte y, por ende, del trabajo, puesto que con el arte se había ganado la vida. Su actitud -bajo su punto de vista- no era perezosa ni revolucionaria. Simplemente, pensaba que trabajar era de capullos. A Duchamp, por defender esta postura, se le tildó de nihilista. En realidad, se le hacía un favor, porque Duchamp era tan sólo un burgués bastante cretino. Un señorito que anduvo al rebufo de verdaderos criminales estéticos como Picabia (dicho sea con admiración), y que ha pasado por ser el no va más del anti-arte. Marcel Duchamp era, en pocas palabras, un espabilado con labia y sin escrúpulos a la hora de sacarle la pasta a ricachonas y ricachones norteamericanos. Y, además, aunque no lo quisiera, un esteta. Duchamp no consigue hilvanar un discurso consecuente en ningún momento de la entrevista y Cabanne lo pesca en más de un renuncio. Por ejemplo, dice no soportar el arte retiniano, es decir, aquel creado para excitar las emociones a través de la mirada, pero a un tiempo fabrica unos artilugios giroscópicos, que él llama Rotorelief, que no se diferencian en absoluto de los que utilizan los  magos penosos para hipnotizar a sus partenaires en los banquetes de comunión. Y así, entre siestas, partidas de ajedrez, cacharritos y meriendas con snobs, se ganó muy bien la vida el bueno de Marcel. Un tipo con suerte.
Según la RAE, el nihilismo es la negación de todo principio religioso, político y social. ¡Tremendo curro! Dios entiende el trabajo como un castigo. Por haber pecado por culpa de la mujer -que menuda era- el hombre tuvo que ganarse el pan con el sudor de su frente. Ni Duchamp ni yo sudábamos demasiado en aquellos momentos. No así los nihilistas, que tuvieron que aprender de creencias, sistemas y costumbres para combatir contra ellas con  la razón del conocimiento. Un trabajo ingente y poco reconocido. Vaya mi humilde admiración hacia quienes se lo curran tanto para desmontar el mundo tal y como lo conocemos.

P.D: Me siento como un pijo ácrata.