miércoles, 30 de enero de 2013

El genio de la Mahou



Rascaba la etiqueta de un botellín de Mahou con la intención de despegarla, cuando desde sus burbujeantes entrañas ambarinas emergió un genio oriental.

- Hola borracho - me dijo-. Gracias por liberarme de las burbujeantes entrañas ambarinas de este botellín de Mahou. Te concederé tres deseos por ello.

- Vale - contesté-. ¿Puedo hacerte algunas preguntas sin que las mismas computen como deseos?

- Dispara, borracho resabiado.

- Si pido algo relacionado con la paz o el hambre en el mundo, ¿destruiré el continuo espacio-tiempo, como si de una superparadoja se tratase, comprometiendo por ello el futuro de la humanidad?

- Sí.

- ¿Por qué?

- Mira, tío - se impacientó el buen genio-. O me pides los tres deseos o te fulmino el forro de los cojones, que no estoy para más eternidades.

- ¡Jo! ¡Vaya genio! - respondí sin percatarme del ingeniosísimo juego de palabras-. Pues pediré para mí. No te creas que no me lo he pensado yo esto. Pero ahora, inmerso en la tesitura, no sé por dónde tirar.

- Pues contaré hasta tres y desapareceré, no sin antes haber tirado de tu prepucio circunciso, que yo sí sé de dónde tirar, mi patético libertador - apremió el del turbante-. Uno... Dos...

- ¡Vale, vale! ¡Ya lo tengo! ¡Quiero dominar los elementos!

- (?)

- Sí, ya sabes. Volar por los aires, respirar debajo del agua y en el espacio exterior, que no me queme el fuego, correr muy rápido, convertir los pedruscos en oro y el agua en vino, hacerme invisible para entrar en el cuarto de baño de la vecina, atravesar las paredes de hormigón, teletransportarme, tener salud y buena vista (porque lo más importante es tener salud)... Lo de la inmortalidad no sé si entra dentro del dominio de los elementos, pero no acaba de convencerme si se me va muriendo la gente a la que quiero. Y lo de cambiar el color del pelo y de los ojos según me dé, me parece un poco frívolo. Además quiero entender  todos los idiomas y hablarlos, claro, incluidos los de los animalitos y las plantas. Y está lo del día y la noche, y los vientos y la lluvia y los truenos y los relámpagos y...

- ¡Cállate, coño! - bramó el genio-. ¡Tú lo que quieres es ser Dios! ¡Y eso no entra!

- Pero, ¿Dios existe? ¿Tú lo conoces?

- Mira, a mí no me líes. Pide lo que tengas que pedir o vete a cagar.

- Vale, vale... Uhmmm... A ver... ¡Ya está! ¡Quiero cantar muy bien!

- Concedido.

- ¡Quiero contar buenas historias!

- Concedido.

- Y, por último, quiero morir viejecito y feliz en el jardín de mi casa, bajo la sombra de un almendro en flor.

- Concedido también. Me piro. Que te den.

Y el genio desapareció dejando tras de sí un espeso vaho que apestaba a eructo cervecero.

Hace ya diez días que el genio de la Mahou se avino a mis requerimientos, y es obvio que, de momento, no me ha hecho ni puto caso. Mis cánticos dan dentera. Mi lector no encontrará ninguna mejora. Ni he muerto feliz bajo la sombra de un almendro en flor, gracias a Dios.
Es posible que el genio ande agobiado de trabajo, como el juzgado de Valencia. También puede que me ignore, creando en mí un gran resentimiento. Pero lo más probable es que todo este asunto fuese producto de un delirium tremens, porque yo, con un botellín de Mahou, no tengo ni para empezar.

domingo, 13 de enero de 2013

Adolescencia

Tengo una hija adolescente a la que sólo le veo el pelo cuando desatasco su lavabo. O de perfil y desenfocada por el pasillo, de camino apresurado hacia la calle. Ahora, eso sí, colabora en las tareas de la casa siempre que se le pide. Por ejemplo, a la hora de comer, su madre hace la compra, su hermano pone la mesa, yo cocino y ella se pinta las uñas de los pies.
Hoy he tenido una de tantas con mi hija por lo de siempre: " me largo no sé dónde y volveré no sé cuándo". Tras un breve intercambio de argumentos originales - "Yo también tuve tu edad y me conozco la vaina", "Es que no confías en mí y piensas que soy idiota"- me ha intentado fastidiar por comparación: "Todos los padres de mis amigas son más enrollados que tú". Le he contestado que conozco bien a los padres de sus amigas y que, como mucho, son tan borrachos como yo. Y entonces, sin percatarse de la contradicción, ha soltado: "Además, tenéis suerte de que no os grite ni os insulte, como hacen el resto de mis amigos con sus padres". Y se ha ido.
He escrito una nota que he dejado sobre su almohada, para cuando vuelva: " Gracias por no insultarme. No he sabido valorar la suerte que tengo. Te quiere. Papá".

P.D: Es cierto. La quiero mucho.