Rascaba la etiqueta de un
botellín de Mahou con la intención de despegarla, cuando desde sus burbujeantes
entrañas ambarinas emergió un genio oriental.
- Hola borracho - me dijo-.
Gracias por liberarme de las burbujeantes entrañas ambarinas de este botellín
de Mahou. Te concederé tres deseos por ello.
- Vale - contesté-. ¿Puedo
hacerte algunas preguntas sin que las mismas computen como deseos?
- Dispara, borracho resabiado.
- Si pido algo relacionado con
la paz o el hambre en el mundo, ¿destruiré el continuo espacio-tiempo, como si
de una superparadoja se tratase, comprometiendo por ello el futuro de la
humanidad?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Mira, tío - se impacientó el
buen genio-. O me pides los tres deseos o te fulmino el forro de los cojones,
que no estoy para más eternidades.
- ¡Jo! ¡Vaya genio! - respondí
sin percatarme del ingeniosísimo juego de palabras-. Pues pediré para mí. No te
creas que no me lo he pensado yo esto. Pero ahora, inmerso en la tesitura, no
sé por dónde tirar.
- Pues contaré hasta tres y
desapareceré, no sin antes haber tirado de tu prepucio circunciso, que yo sí sé
de dónde tirar, mi patético libertador - apremió el del turbante-. Uno...
Dos...
- ¡Vale, vale! ¡Ya lo tengo!
¡Quiero dominar los elementos!
- (?)
- Sí, ya sabes. Volar por los
aires, respirar debajo del agua y en el espacio exterior, que no me queme el
fuego, correr muy rápido, convertir los pedruscos en oro y el agua en vino,
hacerme invisible para entrar en el cuarto de baño de la vecina, atravesar las
paredes de hormigón, teletransportarme, tener salud y buena vista (porque lo
más importante es tener salud)... Lo de la inmortalidad no sé si entra dentro
del dominio de los elementos, pero no acaba de convencerme si se me va muriendo
la gente a la que quiero. Y lo de cambiar el color del pelo y de los ojos según
me dé, me parece un poco frívolo. Además quiero entender todos los idiomas y hablarlos, claro,
incluidos los de los animalitos y las plantas. Y está lo del día y la noche, y
los vientos y la lluvia y los truenos y los relámpagos y...
- ¡Cállate, coño! - bramó el
genio-. ¡Tú lo que quieres es ser Dios! ¡Y eso no entra!
- Pero, ¿Dios existe? ¿Tú lo
conoces?
- Mira, a mí no me líes. Pide lo
que tengas que pedir o vete a cagar.
- Vale, vale... Uhmmm... A ver...
¡Ya está! ¡Quiero cantar muy bien!
- Concedido.
- ¡Quiero contar buenas
historias!
- Concedido.
- Y, por último, quiero morir
viejecito y feliz en el jardín de mi casa, bajo la sombra de un almendro en
flor.
- Concedido también. Me piro.
Que te den.
Y el genio desapareció dejando
tras de sí un espeso vaho que apestaba a eructo cervecero.
Hace ya diez días que el genio
de la Mahou se avino a mis requerimientos, y es obvio que, de momento, no me ha
hecho ni puto caso. Mis cánticos dan dentera. Mi lector no encontrará ninguna
mejora. Ni he muerto feliz bajo la sombra de un almendro en flor, gracias a
Dios.
Es posible que el genio ande
agobiado de trabajo, como el juzgado de Valencia. También puede que me ignore,
creando en mí un gran resentimiento. Pero lo más probable es que todo este
asunto fuese producto de un delirium
tremens, porque yo, con un botellín de Mahou, no tengo ni para empezar.