miércoles, 12 de noviembre de 2014

Filosofía ful



En un universo ideal, con miedos razonables, nuestra vida sería más sencilla. Cualquier actividad, incluso las inevitables (comer, beber, joder, cagar, enfermar, morir), resultarían creativas y, por lo tanto, felices en la medida de lo posible. Respetaríamos los tiempos: pensar, hacer, descansar. Estos tiempos no tendrían por qué ser medidos. Dependería del carácter de cada cual. Claro está que habría una evidente tendencia a la estulticia y la molicie por parte de la humanidad. Para entendernos, sería mayor el porcentaje de personas que se tocasen la figa, los cojones, ambos o ninguno, que no hay razón para excluir a los hermafroditas, a los andróginos y a los ciclanos. Los robots, conforme a las tres leyes de la robótica de Asimov, se encargarían de los trabajos limpios y sucios. El planeta Tierra y todos los conquistados por los humanos se regirían por unas leyes de elementalidad ecológica.
Este planteamiento, cercano a la ciencia ficción rancia, en realidad refleja una melancolía decimonónica. Algunos reivindicamos un modo de vida que los capullos han dado en llamar slow life.
No hay que exagerar. Nadie puede cambiar la realidad por su concepto ideal de la misma. Y de momento, no viajamos en el tiempo. Pero sí que es cierto que existe ese ideal de vida, al menos para quienes tenemos cubiertas nuestras necesidades vitales.
Mi entorno no puede ser mejor. Vivo en el mediterráneo.
Mis amigos, los mejores.
Mi familia, bien, gracias.
A partir de aquí, dejadme escribir, dibujar, leer, mancharme, siestear. Solo. O acompañado en soledad.
Gracias.