martes, 31 de marzo de 2015

De Dios a Dios



El asunto es así:

Primero, Dios
Después, el individuo.
Más tarde, la familia.
A continuación, los vecinos.
Les sigue el barrio.
Por consiguiente, la ciudad o el pueblo.
Por extensión, la región.
Más allá, la autonomía o país.
En grande, el país o patria.
En plan chulo, el continente.
Solidarios, el planeta.
Científicos, el sistema solar y la galaxia.
Soñadores, el universo.
Y de vuelta a Dios.

Obvio.

Dios, como es sabido, ha muerto.

El individuo riñe consigo mismo. Si es sabio, es introspectivo y observador. Se mira y mira. Si es necesario, es hombre de acción. Estos últimos suelen hacer deporte.

La familia nuclear la componen los abuelos, la madre y el padre, los hijos (opcional, por lo que, en caso de no haberlos, la madre y el padre pasan a ser la pareja) y el animalillo de compañía, que suele ser cánido o felino (también de libre elección).

Los vecinos son personas a veces.

El barrio se elige si se puede. Si no, te haces a él. En los barrios que me gustan se puede bajar a la calle en pijama.

La ciudad tiene mar o no. Lo aconsejable es poder cruzarla a pie sin cansarte demasiado.

La región es de aquí a aquí.

La autonomía o país tiene bandera e himno.

El país o patria, también.

El continente es más grande y hay de todo. Por ejemplo, en Europa hay franceses y en América, argentinos.

El planeta es azul de momento y tiene orbitando una luna y bastante chatarra.

El sistema solar llega hasta Plutón, aunque algunos aguafiestas dicen que no es un planeta.

Nuestra galaxia se llama la Vía Láctea y en ella hay millones de estrellas de todo tipo. Gran cantidad de ellas tienen su propios sistemas planetarios, por lo que no se puede descartar la existencia de vida fuera de nuestro planeta, por ejemplo franceses o argentinos.

El universo es finito pero ilimitado, pero esto es para nota y sólo lo entienden unos tipos que llevan camisas de manga corta con bolígrafos de varios colores en el bolsillo.

Y Dios, como es sabido, ha muerto.

Aunque todas estas definiciones son estrictamente objetivas y, por lo tanto, erróneas. Uno, como es lógico y por mucho que digan, sólo puede fiarse de sus apreciaciones subjetivas y constatadas empíricamente. Como Santo Tomás, que no se creyó que Jesús Nuestro Señor había resucitado hasta que no le hurgó en las llagas. ¿Qué importa entonces lo que dijeron Nietzsche o Einstein? Yo, sin ir más lejos, no me trago lo del Big Bang. Puedo demostrar que el universo surgió de una gran bola de caspa nívea y primigenia (aunque no desarrollaré mi teoría en este momento por falta de espacio y de entendederas por parte de mi lector). ¡Que te den Hawking!

Cada cual se inventa la realidad como le conviene. Las mentiras devienen en verdades. Y así, todo va bien para los gobiernos y fatal para el resto de los mortales.

Lo voy dejando, pero voy a ver si mańana me tiro de un sexto para demostrar que la muerte no existe.

lunes, 30 de marzo de 2015

Nuevas tecnologías



Buena parte de mi formación intelectual se la debo a los cines de barrio y al quiosco de la esquina. Así me va. En los cines asistía a sesiones triples en las que me tragaba y digería mal películas de todo tipo. Mis favoritas eran las de ciencia-ficción. En el quiosco, como complemento, me proveía de tebeos y libros baratos del mismo género. Lo peor de todo este asunto es que, si bien he diversificado mis gustos, sigo consumiendo libros, cómics y películas de ciencia-ficción con voracidad adictiva, con el consiguiente menoscabo neuronal y monetario.

Como espectador y como lector devoto, echo la vista atrás y sin necesidad de irme muy lejos constato que los guionistas y novelistas no previeron en absoluto.

Nadie predijo internet.

De cápsulas para viajar en el tiempo, nada de nada. De robots antropomorfos que se encarguen de las tareas gratas o ingratas, menos. Al parecer, todavía son incapaces de lavar un vaso sin que se haga añicos o de subir y bajar escalones sin partirse la cibercrisma. Y eso que estamos en el siglo XXI, un tiempo que ya debiera ser el del teletransporte y las colonias en Marte.

Por lo tanto, cuando se escribe sobre el porvenir tecnológico se corre el riesgo de caer al poco en la obsolescencia, programada o no. Por eso resulta absurdo el término "nuevas tecnologías", puesto que nos movemos en el terreno de la inmediatez, de lo efímero. Todos los días me obligan a actualizar mi dispositivo móvil. Cada mes, a cambiarlo por otro más pequeño, más grande, más flexible y siempre más caro.

Hoy en día,  los autores más prudentes han caído en la cuenta y nos arrastran a paisajes postapocalípticos, donde ya no tiene cabida la tecnología y el ser humano ha de reaprender cómo se defendía sin ella. De este modo, evitan meter la pata.

Es cierto, los humanos no han hoyado la superficie marciana, por suerte para ese planeta. Ningún robot de apariencia humana nos hace la compra. Pero contamos con una tecnología que no hubiéramos imaginado hace pocos años. No se entienden nuestras vidas sin la tecnología. Incluso las de aquellos a quienes no ha llegado. 

Tecleo sobre la pantalla retroiluminada de mi tableta y pienso que no caben en pocas líneas todas las actividades que requieren, en mayor o menor medida, de la tecnología. Educación, salud, economía... El arte (sea lo que sea tal cosa). ¿El amor? Y, por supuesto, los videojuegos, que no existen sin ella. Nos entretenemos en el baño o en el metro arrastrando un dedito sobre la pantalla. Ya no necesitamos de cables para interactuar con nuestros televisores. Nos movemos con naturalidad en espacios virtuales, aunque para ello tengamos que recurrir todavía a chismillos ópticos. Ya no somos meros espectadores emocionales de lo que se nos cuenta, puesto que somos coautores de las historias. Nunca tanto como ahora sentimos ser el personaje que nos representa. 

No poseo una cápsula del tiempo por falta de tiempo para construirla, pero parece que en un futuro no muy lejano controlaremos telepáticamente dispositivos que recrearán fielmente nuestro entorno o paisajes imaginarios. Pasearemos por ellos como si fueran reales. Así, disfrutaremos de las selvas y mares que ya no estarán.