El asunto es así:
Primero, Dios
Después, el individuo.
Más tarde, la familia.
A continuación, los vecinos.
Les sigue el barrio.
Por consiguiente, la ciudad o el pueblo.
Por extensión, la región.
Más allá, la autonomía o país.
En grande, el país o patria.
En plan chulo, el continente.
Solidarios, el planeta.
Científicos, el sistema solar y la galaxia.
Soñadores, el universo.
Y de vuelta a Dios.
Obvio.
Dios, como es sabido, ha muerto.
El individuo riñe consigo mismo. Si es sabio, es
introspectivo y observador. Se mira y mira. Si es necesario, es hombre de acción.
Estos últimos suelen hacer deporte.
La familia nuclear la componen los abuelos, la madre y el
padre, los hijos (opcional, por lo que, en caso de no haberlos, la madre y el
padre pasan a ser la pareja) y el animalillo de compañía, que suele ser cánido
o felino (también de libre elección).
Los vecinos son personas a veces.
El barrio se elige si se puede. Si no, te haces a él. En
los barrios que me gustan se puede bajar a la calle en pijama.
La ciudad tiene mar o no. Lo aconsejable es poder
cruzarla a pie sin cansarte demasiado.
La región es de aquí a aquí.
La autonomía o país tiene bandera e himno.
El país o patria, también.
El continente es más grande y hay de todo. Por ejemplo,
en Europa hay franceses y en América, argentinos.
El planeta es azul de momento y tiene orbitando una luna
y bastante chatarra.
El sistema solar llega hasta Plutón, aunque algunos
aguafiestas dicen que no es un planeta.
Nuestra galaxia se llama la Vía Láctea y en ella hay
millones de estrellas de todo tipo. Gran cantidad de ellas tienen su propios
sistemas planetarios, por lo que no se puede descartar la existencia de vida
fuera de nuestro planeta, por ejemplo franceses o argentinos.
El universo es finito pero ilimitado, pero esto es para
nota y sólo lo entienden unos tipos que llevan camisas de manga corta con bolígrafos
de varios colores en el bolsillo.
Y Dios, como es sabido, ha muerto.
Aunque todas estas definiciones son estrictamente
objetivas y, por lo tanto, erróneas. Uno, como es lógico y por mucho que digan,
sólo puede fiarse de sus apreciaciones subjetivas y constatadas empíricamente.
Como Santo Tomás, que no se creyó que Jesús Nuestro Señor había resucitado
hasta que no le hurgó en las llagas. ¿Qué importa entonces lo que dijeron
Nietzsche o Einstein? Yo, sin ir más lejos, no me trago lo del Big Bang. Puedo
demostrar que el universo surgió de una gran bola de caspa nívea y primigenia
(aunque no desarrollaré mi teoría en este momento por falta de espacio y de entendederas
por parte de mi lector). ¡Que te den Hawking!
Cada cual se inventa la realidad como le conviene. Las
mentiras devienen en verdades. Y así, todo va bien para los gobiernos y fatal
para el resto de los mortales.
Lo voy dejando, pero voy a ver si mańana me tiro de un
sexto para demostrar que la muerte no existe.