sábado, 31 de marzo de 2012

Higiene

Regresábamos a Valencia, ya de noche, después de un viaje de trabajo agotador. Jaime conducía. A su lado, Alicia daba palique, como corresponde a un copiloto con experiencia. Carlos dormitaba sobre mi hombro en el asiento trasero. Alrededor de las nueve y media recibí un mensaje desde el móvil de Ana: "¿Te queda mucho?" Respondí: "Por Sagunto, vete lavando". Y Ana, un par de minutos después, contestó: "Tu hijo, que ha escrito el mensaje anterior, pregunta que por qué se tiene que lavar". Alicia y Jaime rieron la confusión. Y Carlos babeó sobre mi hombro.
  

jueves, 29 de marzo de 2012

Reencarnación

No guardo demasiados recuerdos de mis vidas pasadas. En esto, se parecen mucho a la actual. Una amiga aficionada a la hipnosis regresiva me hizo caer en trance después de balancear un péndulo delante de mis narices. La conversación que mantuve con ella en ese estado quedó grabada en una cinta de casete BASF de sesenta minutos.  Transcribo un breve extracto de lo referido a mis encarnaciones anteriores.

-          Amiga Aficionada a la Hipnosis Regresiva (AAHR): ¿Qué recuerdas de tus vidas anteriores?
-          Yo (YO): Piedra pómez.
-          AAHR: ¿Y antes?
-          YO: Burgos.
-          AAHR: ¿La ciudad?
-          YO: No. La morcilla.
-          AAHR: ¿Algo más?
-          YO: Un gran vacío. ¡El horror! ¡El horror! ¡El horror!

Llegados a este punto sufrí algo similar a un ataque de epilepsia y tuve que ser lobotomizado. Mis alumnos no han notado la diferencia.

sábado, 24 de marzo de 2012

Blog nuevo, ideas viejas

Blogs.ya.com, tras una larga y penosa enfermedad, ha muerto. No describiré aquí lo mucho que me alegra esta defunción, porque no está bien visto cagarse en los muertos. Allá él y su familia telefónica de ineptos. Además, he salido ganando. ¡Mirad que hermoso luce mi nuevo blog! Sin embargo, mis propósitos editoriales no se han movido un ápice de aquellos que planteé en 2007, cuando hice nacer al que hoy es un desgraciado fiambre. Entonces escribí: “… en resumen, pretendo escribir de lo que me salga del nardo, sin limitaciones de estilo ni temáticas, atendiendo tan sólo a mis circunstancias anímicas y/o etílicas”. Y en estas quiero continuar. ¡Disfrutadlo lectores! (Gracias a los dos).

P.D: Todavía se puede acceder a “blogs.ya.com/asoto”, hasta que los ineptos se cansen de verlo inmóvil y le den sepultura.



Bicicleta estática

Mi padre es notario. Supongo que el hecho de que esté jubilado no varía esta condición. No hace mucho, las oposiciones a notarías eran muy duras. Los opositores se encerraban en austeros cubículos y memorizaban el Código Civil, la Ley de Propiedad Horizontal, las Leyes Forales de Navarra y otros cientos de temas divertidos. Después, cantaban lo aprendido como una letanía, con voz neutra, una murga, como viejas rezando el rosario. Cada uno de los temas tenía que ser cantado con una cadencia precisa, para no quedarse corto ni excederse del tiempo que le impondría el tribunal. Cuando finalmente llegaba el día del examen, los opositores abandonaban su clausura y salían a la calle tambaleándose. Algunos de ellos se deshacían en un montoncito de ceniza, como el Mago Póstumo, su Señor. Otros, los más fuertes, asimilaban los cambios del paisaje y sociales, no sin quedar seriamente traumatizados al comprobar que su novia no mantenía su apellido de soltera y que ya no se bailaba el charlestón. De la oposición a notarías, como se ve, no se salía de rositas. Ninguno de los notarios a los que he conocido -y he conocido a unos cuantos- eran ajenos a la excentricidad.
Uno vino de visita y se dedicó a mantener en equilibrio sobre su barbilla una escoba y, después, una silla. Más tarde, envalentonado, lo intentó con ambos objetos a un tiempo. El espectáculo de equilibrismo inestable devino en tragedia. La silla y la escoba golpearon la crisma del pobre hombre dañándole seriamente la frente y la dignidad, que no el entendimiento, que le venía deteriorado de serie. Este mismo notario, buen amigo de mi padre, era aficionado a disfrazarse en situaciones inverosímiles. Después, se hacía fotografiar y enviaba copias a sus amigos con enigmáticas dedicatorias en latín. Mi padre conserva un buen puñado de estas fotos. A mí me gustó especialmente una en la que emerge de un pozo disfrazado de húsar. Además, y para que se admita su indudable genialidad, siempre firmaba sus fotos con el cuño-anillo de plástico de Mickey Mouse que le había tocado en una bolsa de Crekitos. Lo lucía en el anular, junto a la alianza de casado. Por lo demás, se trataba de un tipo de lo más cariñoso, en cuya tarjeta de visita y bajo su nombre y apellidos se leía el siguiente latinajo: "Homo sine pecunia imago mortis". ¡Ah! Lo olvidaba. También coleccionaba relojes. Le encantaban. En su notaría tendría unos cincuenta. De manera que todas la mañanas, una hora antes de abrir el despacho, el buen hombre se dedicaba a darle cuerda y poner en hora el medio centenar de relojes, una tarea larga y tediosa que a él, sin embargo, le ayudaba a comenzar la jornada relajado y optimista. Estado de ánimo que no compartían sus empleados y clientes, que enfermaban de los nervios con tanto tic-tac y tanta campanada cada cuarto de hora.
Otro, siempre caminaba por las aceras en la misma dirección que los coches, porque estaba convencido de que,de no hacerlo, moriría.
Un tercero estudió las oposiciones en la bañera, no siempre llena de agua. Como los temas le aburrían, optó por estudiar alternando las páginas. Primero se leía las pares y después la impares. Después las encajaba en su cabeza. Mi papá, más normalito, se conformaba con darle la vuelta a los libros y leerlos del revés.
Un caso extremo fue el del notario loco. El notario loco se levantaba temprano, se vestía de traje y corbata y bajaba a comprar el periódico. Se acercaba al bar de siempre y desayunaba un croisán y un café con leche. El desayuno le costaba veinticinco pesetas. Siempre. Y siempre le devolvían tres. Así, durante un montón de años, sin atender al IPC. La familia pagaba la diferencia a final de mes. De haberle cambiado la rutina, el chalado hubiera entrado en shock. En el bar leía las esquelas del día y el horario de los entierros, a los que acudía puntualmente con el periódico, una ramita de romero y un limón. Se le incapacitó para ejercer su profesión, claro. No por tarado, cosa habitual, sino por no acudir al despacho. La ciudad crece y cada vez se muere más gente.
Mi padre apuró hasta donde le dejaron antes de jubilarse. Nunca lo entendí, porque ni las notarías eran su vocación primera ni sus asalariados, putrescentes y crepusculares, se ganaban el sueldo. Pero esta es otra historia. El caso es que, tras cuarenta y cuatro años de ejercicio notarial, la columna de mi padre parecía un circuito del Scalextric. Parece mentira lo chungo que puede resultar estar sentado tantas horas. Su médico de cabecera, conocedor de sus escasas habilidades deportivas, le recetó pedalear en una bicicleta fija. Mi padre se compró una preciosa bici sin ruedas, de brillantes colores minio y plata, que instaló en su dormitorio. Después, ajustó el sillín al largo de sus piernas, aflojó al máximo la resistencia de los pedales y acometió su primera etapa. Dos minutos después, además de exhausto, mi padre se aburría como una mona. Y eso que los hijos, siempre detallistas, le habíamos regalado un marquito imantado con nuestras fotos de carné y el lema "Papá no corras" para  que le hiciera compañía. Enseguida se dio cuenta de que necesitaba una motivación, más allá de alinear sus vértebras, que le ayudase a acometer un día tras otro la rutina ciclista. Desechó la televisión y la radio como actividades complementarias, porque algunas líneas editoriales alteraban su ritmo cardiaco. La lectura parecía la opción más acertada. Y fue entonces cuando tuvo una idea fantástica, una epifanía notarial: "¡Viajaré!". Mi padre nunca ha sido un viajero, pero encontró en el pedaleo estático una excusa para serlo. Se compró planos, guías de viaje y de costumbres. Lo razonable, para empezar, sería no exceder los veinte kilómetros por jornada. Más tarde, si cogía la forma, ya se vería.
Aquella primera tarde llegó a Sagunto. De esta ciudad ya lo sabía casi todo, pero siempre queda un hueco para el conocimiento. Gracias a los libros supo que en Sagunto, además de su teatro romano, el castillo y su épico pasado histórico, se celebraban unas fastuosas fiestas de Moros y Cristianos. Dando pedales gozó de sus playas y de su gastronomía, disfrutando especialmente de una espléndida olla de fésols y naps imaginaria. Cuando se bajó de la bici, marcó sobre el mapa su primer objetivo cumplido con rotulador rojo. En Burriana negoció el precio de la naranja y remontó en kayak el río Anna. Visitó el Museo de Ciencias Naturales de Onda, donde acapararon su atención el pollo bicéfalo y el corderito tricéfalo. Y recolectó alcachofas y pescó langostinos en Benicarló. Así, chino chano, llegó a los Pirineos y se dijo: "Voy a girar hacia París". La Ciudad de la Luz le atrajo de tal modo que demoró unos días su salida. Allí, con la cadena bien engrasada y sin tocar el freno, subió a Montmartre, descendió cuesta abajo sin esfuerzo hasta el Moulin Rouge, presentó sus respetos a Óscar Wilde en el cementerio del Père Lachaise y comprendió a Cezanne gratis y sin hacer cola en el Musée d'Orsay. Después, Alemania, Polonia, Rusia, el Estrecho de Bering...
Mi padre, a lo tonto, ya ha dado la vuelta al mundo un par de veces por diferentes rutas. Las X que adornan sus mapas marcan las ciudades en las que ha hecho escala. En todas ellas ha aprendido algo. Y su espalda se ha enderezado un poco. Salud, viaje y cultura sin salir de casa.