sábado, 4 de mayo de 2013

Atarazanas y fútbol

Mi padre y mi tío, mi padrino, nacieron frente a las atarazanas, en una casa de dos plantas que derribaron años después debido a los deterioros que sufrió tras los bombardeos de los rebeldes. El puerto era un lugar estratégico y las bombas caían a diario. Mi padre apenas conserva recuerdos del barrio, porque la familia se mudó a Monteolivete cuando él era muy pequeño. Mi tío, el hermano mayor, sí recuerda los pedruscos integrados en el hormigón que refuerzan uno de los contrafuertes laterales; cómo trepaba por ellos y cómo los pulía con el culo de sus pantalones, deslizándose hasta la calle. Mi abuelita, que era modista, le reñía porque regresaba a casa con los fondillos agujereados, pero tiraba de aguja y paciencia para remendarlos y estirar la tela en la medida de lo posible. El tobogán, que todavía sigue ahí, no es más que una breve pendiente donde, a decir verdad, sólo se acercan los perros a marcar territorio. Mi padrino también recuerda emocionantes partidos, de trapos anudados como balón, en los que se batía el cobre con los más rudos cabañaleros.
Pues bien, mi hijo y sus amigos jugaban al fútbol esta tarde en el mismo lugar donde lo hizo mi tío allá por los cuarenta del siglo pasado. Mi hijo y sus amigos son buenos chicos si nos atenemos a los parámetros gubernamentales: reciben formación en un colegio concertado, son muchachos educados que no escupen ni cantan en voz alta, y sus mamás y papás son honrados ciudadanos que pagan sus impuestos y que, como mucho, se quejan de vez en cuando del deterioro premeditado del barrio. Pero, ¡cosas de esta ciudad! la policía municipal entiende que jugar con un balón en la calle no es una actividad decente y que, por el contrario, hace peligrar el físico de los conciudadanos y deteriora gravemente el patrimonio histórico de la urbe. Así, una patrulla de funcionarios armados de porra y pistola, cuyos sueldos pagamos entre todos, les ha requerido la filiación y, después, les ha requisado el balón, arma poderosa donde las haya. Yo, que soy persona ponderada, comprendo la dedicación de estos abnegados soldados que velan por nuestro bienestar sin pedir cuentas y que, en más de una ocasión, sufren de la incomprensión de aquellos a quienes protegen. Quiero agradecer, desde esta humilde tribuna, a estos esforzados garantes de la ley que saben del peligro de un balón en manos de una sanguinaria célula de niños preadolescentes. ¡Y yo que pensaba que recuperar la calle para nuestros niños era señal de calidad de vida! ¡Qué engañado estaba!
Esta mañana me acercaré a la comisaría para recuperar el balón. Si tengo suerte, es posible que, de camino, no me atropelle un borracho o me desplume un yonqui.

P.D: Según la última encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), las instituciones más valoradas por la ciudadanía son el ejército, la policía y la guardia civil. En fin, qué se puede esperar de un país que le ha dado la mayoría absoluta a un partido de extrema derecha.

P.D.2: El día que cuente de mis encuentros con la Benemérita te vas a cagar, querido lector.