martes, 9 de octubre de 2012

Elogio del nihilismo

Durante unos años fui vago. Dibujaba, pintaba, construía objetos, leía, escuchaba música, veía películas y visitaba museos y exposiciones. Estas actividades no suponían un gasto exagerado, pero tampoco reportaban beneficio monetario alguno. Vivía con el dinero de mis padres. Por aquel entonces leí una larga conversación que el escritor Pierre Cabanne mantuvo con Marcel Duchamp en 1966. Duchamp iba a cumplir ochenta años. A lo largo de la entrevista, Duchamp abominaba del arte y, por ende, del trabajo, puesto que con el arte se había ganado la vida. Su actitud -bajo su punto de vista- no era perezosa ni revolucionaria. Simplemente, pensaba que trabajar era de capullos. A Duchamp, por defender esta postura, se le tildó de nihilista. En realidad, se le hacía un favor, porque Duchamp era tan sólo un burgués bastante cretino. Un señorito que anduvo al rebufo de verdaderos criminales estéticos como Picabia (dicho sea con admiración), y que ha pasado por ser el no va más del anti-arte. Marcel Duchamp era, en pocas palabras, un espabilado con labia y sin escrúpulos a la hora de sacarle la pasta a ricachonas y ricachones norteamericanos. Y, además, aunque no lo quisiera, un esteta. Duchamp no consigue hilvanar un discurso consecuente en ningún momento de la entrevista y Cabanne lo pesca en más de un renuncio. Por ejemplo, dice no soportar el arte retiniano, es decir, aquel creado para excitar las emociones a través de la mirada, pero a un tiempo fabrica unos artilugios giroscópicos, que él llama Rotorelief, que no se diferencian en absoluto de los que utilizan los  magos penosos para hipnotizar a sus partenaires en los banquetes de comunión. Y así, entre siestas, partidas de ajedrez, cacharritos y meriendas con snobs, se ganó muy bien la vida el bueno de Marcel. Un tipo con suerte.
Según la RAE, el nihilismo es la negación de todo principio religioso, político y social. ¡Tremendo curro! Dios entiende el trabajo como un castigo. Por haber pecado por culpa de la mujer -que menuda era- el hombre tuvo que ganarse el pan con el sudor de su frente. Ni Duchamp ni yo sudábamos demasiado en aquellos momentos. No así los nihilistas, que tuvieron que aprender de creencias, sistemas y costumbres para combatir contra ellas con  la razón del conocimiento. Un trabajo ingente y poco reconocido. Vaya mi humilde admiración hacia quienes se lo curran tanto para desmontar el mundo tal y como lo conocemos.

P.D: Me siento como un pijo ácrata.

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