lunes, 2 de septiembre de 2013

Rumbo de colisión


Las leyes del mar detallan qué debe hacer un timonel cuando su embarcación entra en rumbo de colisión. Hay un montón de factores que deciden qué barco ha de cambiar su rumbo para no colisionar y, en el peor de los casos, irse a pique. Depende de su categoría, si es velero o no lo es, de su tamaño, del rumbo por el que navega y hasta de cómo toma el viento. Pero lo cierto es que siempre es el barco chiquito el que se aparta, porque ¿qué tiene que hacer un bote de remos frente a un inmenso buque petrolero?
El pez grande se come al chico.
Los niños esmirriados evitábamos provocar a los grandotes. Respetábamos su espacio físico, no fuera a ser que nos comiésemos una hostia.
Lo grande prima, es masculino.
Caballo grande ande o no ande.
Enormes rascacielos con  dormitorios del tamaño de San Marino, camas como campos de fútbol y pantallas de plasma como containers en las que caben más presentadores que en un televisor normal.
Tenemos grandes amigos y un gran amor.
Cuando un gran autor no está a la altura ha realizado una obra menor.
Soy consciente de que generalizo y de que hay cosas pequeñitas muy valoradas por la ciudadanía, pero ahora mismo no se me ocurre ninguna. ¡Hasta los teléfonos móviles son tan grandes que no caben en el bolsillo!
Cuando se dice aquello de que "las mejores esencias se guardan en frascos pequeños", no hacemos más que intentar consolar a los bajitos. Lo sé de primera mano. Y el caso es que puedo llegar a entenderlo, porque las cosas pequeñas ocupan mucho espacio. En todas las casas hay algún cajón lleno de trastitos que no nos atrevemos a tirar a la basura. Chismillos que nos llevamos con nosotros cuando hacemos mudanza. Son aquellas pequeñas cosas... barajas incompletas, botones, clips, lápices muy gastados, mordidos y sin mina, auriculares del tren, cintas de casete que nunca escucharemos porque ya no tenemos dónde, tarjetas de visita de bares que ya cerraron, cables variopintos, llaves huérfanas de cerradura, la pierna de un muñequito desmontable de un huevo Kinder sorpresa, un peine mellado, tres conchas de la playa, etc. Hasta que un buen día tomamos una decisión drástica y valiente: volcar el contenido del cajón en una caja de plástico grande y esconderla debajo de la cama. Y es que las cosas pequeñas ganan mucho cuando se almacenan en contenedores grandes.
Hace años, en una de mis visitas museísticas a Madrid, quedé con mi amigo Fernando,  que por ahí moraba en una corrala de catorce metros cuadrados. Mi amigo me contó que se había echado una novia bailaora de flamenco y que, esa misma noche, podríamos ver cómo bailaba en el Corral de la Pacheca. Y allá que fuimos. Después de bebernos unos finos al precio de un Lamborghini la botella, la novia de mi amigo subió al escenario acompañada por un cuadro de músicos y cantaores. "Es la del traje rojo", me dijo Fernando. ¡Aluciné! ¡Fernando el esmirriado con semejante pibón! No era posible. ¡Pero si no le cabrían las piernas en la camita de la corrala! Obnubilado, pero también algo envidioso, admiré el taconeo de la novia de mi amigo. Sin duda, se trataba de una mujer de raza, preciosa, sensual. Cuando acabó el espectáculo aplaudí a rabiar. No entendía nada. Creí haberme enamorado de la novia de Fernando. No nos quedaba otra que matarle, descuartizarle, depilarle las piernas y pintarle las uñas de los pies para que la policía pensase que se trataba de un travesti, y, una vez desperdigados convenientemente sus miembros por la Casa de Campo, vivir felices el resto de nuestras vidas en un lugar remoto y exótico como Murcia. "¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado Gloria?" En la gloria estarás tú de aquí nada, pensé, pero, educadísimo, le contesté que era muy guapa y que me alegraba mucho por él y que si me invitaba a otra botella de fino por favor.
Al cabo de una media hora, Gloria salió del camerino y se acercó sonriendo a nuestra mesa. Todavía estaba maquillada, pero vestía un traje negro muy ceñido. Estaba más bonita que encima del tablao. Pero entonces ocurrió lo que he dado en llamar "perspectiva cónica oblicua a la inversa". Este extraño fenómeno visual empequeñece el objeto que se aproxima. Por resumirlo de un modo elegante, Gloria no levantaba del metro cincuenta. Muy guapa y proporcionada, sí, pero pequeña. La grandeza de Gloria era el marco del escenario.
Soy un tipo pequeño. Me gustan los objetos pequeños, siempre que no estorben. Aunque creo que este texto se me ha ido un poco de las manos. Llevo un rato a la deriva. Como aquel barquito en rumbo de colisión (¡qué bien traído). Aquel barquito que maniobra presto ante la alerta de ser abordado por el gigantesco carguero. Y entonces, ¿por qué los putos amos de los putos perros pequeños contravienen las leyes de la naturaleza y el sentido común? ¿Por qué yo, el infatigable compañero de paseo de perromierda, he de cruzar de acera cuando me cruzo con un chuchito ladrador y su amomierda? Estoy hasta la coronilla. Le voy a hacer un seguro a terceros a Mago. Que lo firme con la pezuña. Y después, ¡a jugar con los ratoneritos! ¡Lo bien que me lo voy a pasar! Me temo que más de uno se irá a pique.

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