domingo, 14 de abril de 2013

Breves apuntes sobre el devenir reciente de los borbones en España

Hace tiempo que no escribo sobre la monarquía española. Es que no me sube sin el    regustillo corrosivo del garrafón. O sea, que ni ofende ni me van a multar. Vamos, que no me erotiza. Y así no tiene gracia.

La monarquía, siempre lo dije, es casposa. No soy creyente y, por lo tanto, no puedo defender un sistema basado en la Gracia de Dios. Así justificó Franco su Régimen en las pesetas rubias y así lo heredó este Rey sospechoso. Heredó el cargo del Dictador después de haber disparado a su hermano sin querer. Después nos libró, bajo sospecha de imbecilidad participativa, del Golpe de Estado del 23-F. Esto le supuso un prestigio fingido. Entretanto, el mentecato también heredó de su padre una fortuna suiza robada a los panolis que lo creían pobre de solemnidad. Rico, escaso de curro y querido por el populacho, el Rey se dedicó a follar. Con su mujer, la Reina griega, soberbia y corta de castellano, engendró dos hembras y un varón. La niña mayor, subnormalita la pobre, casó con un alargado que vestía de papel decorativo de paredes y que físicamente parecía más Borbón que los propios Borbones. El estirado Marichalar, que no hubiera pasado un leve tacto frenológico, resultó ser un drogadicto presuntuoso. En esto, se parece un poco a mí. Aunque a mí de momento no me ha dado un ictus, porque no combino el gimnasio con la cocaína. La infanta tontita y el taradete tuvieron un niño que se disparó en un pie a la tierna edad de catorce años, ahora, eso sí, con el consentimiento del padre. No en vano el niño, Froilán de Todos los Santos del Santoral, es un digno sucesor de las extinguidoras aficiones cinegéticas de su abuelo. Su abuelo, el Rey, mató unos cuantos elefantes en Botsuana y se fotografió junto a una de sus presas y un guía andrógino. Ya de noche, en el opulento lujo del resort africano, se tiró a su puta ocasional (o quizá no tanto), una tal Corinna, y se rompió la cadera cuando iba a mear. Esto, lo de las putas y las fracturas, no es nada nuevo. Al Rey le gustan las mujeres y se craquela los huesos frecuentemente. El Rey Juan Carlos tiene fama de tipo llano. Corre la leyenda urbana de que recoge a motoristas averiados en la cuneta. Se quita el casco y los auxiliados flipan: "¡Oh, macho, es el puto Rey! ¡Es que lo flipo!". Y mola mucho en su llaneza beoda, con ese frenillo milleches: "Oz boy a contad un chiztez, jurl, jurl". De vuelta a las mujeres, en este país, como en la Italia a de Berlusconi, se ha justificado con envidia el papel del putero poderoso. Así, al monarca se le han jaleado los amoríos, ciertos o fabulados, con artistas de muy diversos pelajes. Una de ellas, actriz de porno soft, denunció amenazas por parte del CNI (Centro Nacional de Inteligencia) cuando quiso hablar de estos asuntos. Parece que estas aventurillas ya no resultan tan simpáticas a la vista de los últimos acontecimientos, de los que se dará cuenta tras unos breves datos genealógicos que nos facilitarán la comprensión de los mismos. Ya se habló de don Juan, padre del Rey, que dejó una herencia en Suiza ahorrada merced a unos pardillos que lo creían misérrimo, aun a pesar de vivir en un exilio palaciego. Don Juan no reinó porque el Generalísimo Franco se encaprichó de su hijo, al que consideraba más dócil. El Rey juró fidelidad a los principios del Movimiento y, muerto el dictador, se los pasó por el forro y reinó. A este perjurio se le llamó Transición, que por poco se va al garete por culpa de unos generales y un guardia civil que, por lo visto, malentendieron al Rey a causa de su dicción defectuosa. El Rey, como ya se dijo, tuvo dos hijas y un hijo, el heredero de la corona. De la hija mayor ya se dio cuenta. La segunda, la infanta Cristina, se casó con un apuesto jugador de balonmano. Y el tercero, el príncipe Felipe, tomó por esposa a una presentadora de televisión divorciada. De entre toda esta patulea de vivos, muertos y deshauciados, los que parecían más normalitos, dentro de su absoluto pijismo, eran la segunda infanta y el balonmanista. Por lo menos, disimulaban ganarse la vida. Pero resulta que el olímpico era avaro y vanidoso, y ella... ¡qué sé yo! Consentidora como poco. Así, valiéndose del duquesado, el atleta bonito medró entre chorizos, presidentes y alcaldesas peperas procurándose unos pingües de dinero público. Tarados, puteros, cazadores, ladrones, drogadictos, antipáticas, feos... esto es la monarquía.  

Total, que fachas aparte, parece que hay un cierto cabreo con los borbones. Aunque también existe alguna conmiseración con respecto a alguno de los miembros de la familia (¡pobre Reina engañada! ¡pobre infanta imputada!). Pero, como muy bien escribió Stefan Zweig, la piedad es peligrosa. La monarquía es una ridiculez. Nada arreglaría una abdicación más o menos prematura. Hoy, catorce de abril, sigo gritando, a pesar de los advenedizos oportunistas: ¡Viva la República! ¡O no!

(14 de abril, Día de la República)

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